Mi nombre es Arne y hoy seré
sacrificado en honor de mi señor, mi muerte será dolorosa pero a quién le
importa, nadie llorará ni sentirá lástima por mí. Así mi nombre significa
águila me convertiré en un águila de sangre por el bien del pueblo. Las cadenas
que me sujetan son fuertes y veo a un hombre fuerte acercarse, jamás les
permitiré verme asustado, por eso le sonrío y cierro los ojos para no ver mi
cuerpo abierto en dos.
Desde mi columna me abren en dos,
el dolor tan intenso que siento estar a punto de perder la cordura, veo mis
costillas abiertas con los pulmones fuera cual dos alas ensangrentadas. Ellos
echan sal sobre mis heridas pero ya no son mías, ese cuerpo destrozado jamás
volverá a pertenecerme.
Un olor nauseabundo me hace
despertar con ganas de vomitar, apenas puedo ver en la inmensa oscuridad y una
mujer hermosa me observa sentada en un trono. Trato de levantarme un poco
cuando alguien me golpea y pega al suelo, desde ahí puedo ver como los pies de
la mujer están en estado de putrefacción. Sorprendido de aquello suelto un
grito sordo y trato de desviar la vista a su rostro pero ya no puedo ver a la
misma mujer hermosa.
-Bienvenido a Hel, Arne. –Dice con
tono calmado. –Yo soy Hela, la diosa de este lugar, como fuiste un sacrificio
en mi honor decidí concederte una audiencia.
-No estoy interesado, solo quiero
descansar en paz de una vez.
-Oh, no rechaces tan rápido, te
dejaré pedir la cosa que más quieras.
-Quiero descansar. –Dice deseando
poder levantarse y dejar de ver esos horribles pies.
-¿Vas a desperdiciar así un
deseo?
-Ni único deseo es dejar de oler
esos pútridos pies. –Musito por lo bajo.
Tras escucharlo la mujer manda
llevarme a un lugar llamado Naastrand, agarrándome con fuerza de los brazos
unas personas me arrastran fuera de allí. Vale, he sido idiota por decir
aquello y merezco ser castigado, por suerte me tranquiliza saber que
seguramente no sea nada peor que la tortura por la cual tuve que pasar para
llegar hasta aquí.
Me lanzan a una playa atado y me
dejan allí, me giro un poco de cara a un oscuro cielo, ¿para esto vivimos? Una
lágrima cae de mi rostro, añoro el cielo azul, la luz del sol, ¿por qué las
personas después de una vida de sufrimiento tienen que resignarse a este lugar?
Miro a los lados, hay otras
personas igual que yo, un hombre musculoso con aspecto de haber pasado por
muchas batallas se encuentra atado a mi lado forcejeando y lanzando
maldiciones, ladeo un poco la cabeza para verle mejor.
Su pelo rubio casi blanquecino
aun estando sucio y pegajoso por la arena irradia un leve brillo en la
oscuridad, apenas lleva ropa por lo que sus marcados músculos llenos de
cicatrices pueden verse perfectamente, abro un poco la boca con intención de
decirle algo pero las palabras no salen por lo que opto por callar y seguir
observando.
Al cabo de un largo rato se gira
en uno de sus forcejeos quedando de cara a mí y por poco aplastándome, no soy
un chico demasiado musculoso o grande, si un hombre de semejante tamaño cae
sobre mí apuesto a que me hace encontrar otro mundo más allá de Hel.
-¿Qué tanto miras, enano? –Pregunta
con voz grabe.
-Ah… Tu pelo… Es bonito…
-Respondo nervioso.
-¿Qué eres, se esos a los que les
gusta ser sodomizados?
-¡No soy nada de eso! –Grito ofendido.
-Ya, pues yo sí, pero prefiero
romper a las personas, en especial chicos lindos como tú. –Pasa la lengua por
sus labios de modo lujurioso y burlón. –Tienes suerte de que no puede moverme.
Un escalofrío recorre toda mi
columna, ¿¡cómo he acabado con esta gente!? En cuanto nos soltemos este me deja
sin poder sentarme una semana, tiemblo asustado por lo que pueda ser de mí en
un futuro no demasiado lejano.
Aparto el rostro al lado opuesto
y cierro los ojos con fuerza tratando de olvidar que está justo al lado y en
cualquier momento se soltará y acabaré mal. ¿Y si hay más gente así entre los
que estamos atados? Entonces sí que voy a estar perdido.
-Chico… -Su aliento roza mi nuca.
-¿¡Qué!? ¡No me hables, no me
mires, ignora que existo!
-¿Qué hiciste para que te enviasen
a Naastrand? Allí solo van criminales y tú definitivamente no lo eres.
-Le dije a la mujer esa que sus
pies olían a podrido.
El hombre por un instante pareció
no creerme para después ponerse a reír de modo sonoro, con curiosidad giro un
poco la cabeza y al instante vuelvo a apartar la vista nervioso. No debo bajar
la guardia, puede hacerme mucho daño y estoy seguro de que lo hará.
Pasan horas y no volvemos a
mediar palabra, pero sé que está ahí, inmóvil, observándome, cada cabello negro
que cae por mi cabeza, el movimiento leve de mi respiración, soy consciente de
que no pierde detalle y eso me incomoda.
Alguien llega con una barca y
unos hombres nos levantan de malas para obligarnos a subir a ella, no sé si
será mi mala suerte o un ser superior pero estoy sentada al mismo lado del
mismo hombre el cual me mira con una sonrisa
aterradora. Tenso miro al frente como nos acercamos a una isla, los
presos lloran pensando en que les ocurrirá pero él sigue sonriendo.
Le miro confuso, ¿acaso se habría
rendido ante su destino? Cuando estoy a punto de preguntarle se levanta
tambaleando la barca y me empuja al agua de una patada en la cabeza. Trato de
agarrarme a la barca para subir pero soy incapaz y solo puedo nadar detrás mientras
esta se aleja tambaleante por los gritos de ese hombre, empiezo a sentirme
ahogado y que poco a poco pierdo el conocimiento.
Abro los ojos en tierra firme, se
escuchar gritos de gente, gateo débilmente para ver de qué se trata, están torturando
a los presos que venían conmigo de modo terrible. Viene gente y me escondo tras
unas rocas hasta que pasan, asomo un poco la cabeza y el hombre rubio que me
empujó está sangrando en el suelo.
Tapo un grito con las manos y
me encojo temblando, ¿por qué me salvó?
No me conocía de nada, no me debía nada, y ahora que me ha salvado no puedo ser
tan desagradecido de abandonarle aquí a su suerte. Le escucho gritar del más
puro dolor y tapo mis orejas intentando no creer lo que oigo.
Una mano cálida acaricia mi
cabeza, la levando un poco para ver a tres mujeres trasparentes como
espejismos, todo lo demás ha desaparecido a mí alrededor. Tienen sonrisas
amables en sus rostros, como las de una madre.
-No llores, Arne. Tú puedes
salvarle.
-¿Cómo? –Con un poco de esperanza
en los ojos.
-Con esto.-Una de ellas le da una
hermosa espada con runas talladas en ella. –Salva a tu amigo y huye
-Eso es imposible, ¡nunca he
luchado!
-Sabrás cuando llegue el momento,
lucha y huye a Svartálfaheim, la tierra de los elfos oscuros, allí estaréis a
salvo.
Las mujeres desaparecen sin darme
tiempo de preguntar más, aprieto el mango de la espada con fuerza, otro grito
más fuerte suena. No hay forma de huir de esta isla, no sé de qué modo esperan
que llegue a donde sea que hayan dicho, tarde o temprano seré atrapado, por lo
menos lo seré por el bien de alguien.
Corro espada en mano y me coloco
entre él y sus torturadores, con gesto torpe y temeroso les miro tratando de
resultar intimidante mientras estos se miran extrañados y ríen. Uno de ellos me
lanza lejos de un golpe en el costado y caigo girando con la espada al lado.
Mientras viene a por mí otro le
golpea, me asusta ver su rostro hinchado y cubierto de sangre, acerco la mano a
la espada escuchando voces de más gente y clama por ayuda, ¡es demasiado! ¿Cuán
horrible tiene que ser un crimen para que alguien deba pasar por esto? ¡No
existe nadie tan horrible como para merecer tal castigo!
Me levanto con la cabeza baja, y
blando la espada contra él atravesando su pecho, todos se quedan quietos
mirándome con sorpresa. Es la primera vez que hiero a una persona, es una
sensación desagradable, me acerco arrastrando la punta del arma por el suelo
hasta donde está el otro hombre y se la coloco al cuello. Este toma una espada
más grande y gastada que la mía con intención de enfrentarme.
-Huye. –Grita el hombre de
cabellos rubios con dificultad agarrando su garganta sangrante.
Esta vez soy yo quien sonríe, en
un movimiento de brazo freno la espada del hombre que viene directamente hacia
mí y le pateo lejos. El resto de gente viene hacia nosotros con las mismas
intenciones, freno las primeras estocadas pero son tantos que no puedo hacerles
frente y caigo al suelo junto al hombre.
En ese momento una enorme águila
se escucha en el cielo, todos gritan asustados y se alejan corriendo, la miro y
entrecierro los ojos. Cuan hermosas pueden ser las águilas, si de verdad
tuviese alas de sangre podría volar lejos de todo eso y no volver nunca más. Se
posa frente a mí y acerca la cabeza mirándome.
-El ágila que traga carroña…
-Dice asustado desde el suelo.
Acerco la mano y la paso por su
cabeza, de algún modo me siento muy calmado, me levanto y esta con el pico me
sube a su cálida espalda, toma al hombre con el pico y emprende el vuelo a
algún lugar. Acurrucado sobre ella lo puedo ver a toda la gente asustada de su
presencia mientras yo puedo volar encima de ella como si nada.
Aterriza y nos deja en las tierras
de lo que debía ser Svartálfaheim, seguramente haya sido obra de aquellas tres
mujeres, tenía la sensación que desde el principio sabían que esto iba a
ocurrir. El águila se va y yo me acerco al hombre para ver sus heridas,
cortando mi ropa vendé las más graves ante su atenta mirada.
-¿Por qué haces esto? ¿Qué eres?
-Lo hago para que estemos en paz
y… -Pensando que ya me gustaría saberlo. –Soy un chico normal.
-Eres demasiado idiota. –Refunfuña.